15.4.09

Pues ya que estamos,...

Recuerdo, hablo ya de unos añitos atrás, que estaba en Quito, Ecuador. Había ido a pasar mis tres semanas de vacaciones después de un caluroso agosto tarbajando en los tejados de unos apareados en la costa. Era mi primera salida en soiltario. No tenía nada claro que iba a hacer yo allí. Quería alejarme de mi mundo por unos días pero me daba miedo enfrentarme al "no saber que coño pinto yo aquí!" y queree volver. Evidentemente la combinación ganas de escape con la fiesta en las zonas turísticas de Quito capital hicieron que en menos que canta un gallo ya tuviera amigos para elegir con quien salir. Visité varios sitios del país, me encontré con familiares de compañeros ecuatorianos del curro. Pero la última semana volví a la capital para celebrar la buena experiencia a lo grande!
Allí ocurrió algo inesperado. Una chica exótica, con ciertos rasgos árabes y dos trencitas de pelo negro brillante comenzó a frecuentar el bar del hostal. Era otra turista más, como todos nosotros solo que parecía no tener taaantas ganas de ir corriendo. Parecía como si ya hiciera tiempo que estaba de viaje. No recuerdo bien cómo pero terminamos charlando, más o menos pues su castellano más o menos y mi inglés no existente,.... no era nada fácil. Pero bien aliñadito uno siempre se hace entender. Pues la cosa es que la tal chica, Muna,era una viajera. Había pasado algo más de un año en España y ahora se había ido a Sudamérica a ver que tal. Resulta que alquilaba su apartamento de Glasgow y entre la renta y lo que sacaba dando clases de Inglés vivía como quería.
Cuando entendí que Muna no estaba de vacaciones ni entendía aquel sitio como una postal ni hablaba con la gente como si ya nunca más fuera a verla de nuevo,... entendí que aquello quería experimentarlo yo también. Comprendí que todo lo que envuelve hacer una inmersión social, lanzandote de cabeza, era algo que se podía combinar perfectamente con una vida llena. De inquietudes, de gozos, de cambios y de libertades que muchas veces faltan en la vida sedentaria.
Recuerdo la congoja de la duda aquel último día de vacaciones. No quería irme. Yo era feliz aquel día, allí. Mi cabeza dictamió, y volví a casa. Eso si, a los quince días dejé el trabajo y tras un año, casi dos de reformas en casa, me fuí, finalmente de viaje. Alquilando mi casa, claro! ;-P

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